La historia de Lofti Lagha (Prisionero nº 660)
Un tunecino en Guantánamo
Andy Worthington CounterPunch 26 de junio de 2007
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Además de los informes relativos a Abdullah bin Omar, detenido en Guantánamo,
un tunecino que el domingo 17 de junio fue enviado al país donde nació, donde se
teme que pueda ser sometido a torturas y abusos, tenemos la historia de otro
tunecino, quien, atado y con grilletes, compartió con él traslado en un avión
estadounidense. Al contrario que Omar, que estuvo representado por abogados que
hicieron todo cuanto pudieron para dar publicidad a su caso, no hubo nadie para
hablar de Lofti Lagha, de 38 años, y no hay forma de saber si va a ser también
perseguido a su vuelta al país. Hasta el momento, incluso su identidad había
permanecido oculta y no ha sido revelada ni por EEUU ni por las autoridades
tunecinas.
Debido a la decisión del Tribunal Supremo, en junio de 2004, estableciendo
que los prisioneros de Guantánamo tenían derecho a someter su detención a los
tribunales estadounidenses (un derecho que fue eliminado por el Congreso en el
pasado mes de octubre), alrededor de de 200 detenidos pudieron aprovechar una
oportunidad que tanto costó lograr, pero, por alguna razón –bien porque no
confiaba en los abogados estadounidenses, o porque no halló forma de establecer
contacto-, Lofti Lagha no fue uno de ellos. Como cientos de otros detenidos en
Guantánamo sin representación legal, las únicas personas con las que se encontró
a lo largo de cinco años y medio que no formaban parte de la administración
estadounidense que le encarceló sin acusaciones ni juicio, fueron, en alguna
ocasión, representantes de la Cruz Roja y, casi con total seguridad,
representantes de los servicios de inteligencia de su patria, gobernada por un
régimen represivo y hermético, controlado por el dictador Zine el Abidini Ben
Ali desde hace ya veinte años.
Aunque Lagha no era uno de los prisioneros completamente sin voz en
Guantánamo -un dudoso privilegio reservado a 22 detenidos cuyos nombres,
reeditados de listas publicadas el pasado año por el Pentágono, pueden
encontrarse página tras página en Internet, pero de quienes no se ha publicado
historia alguna en absoluto-, todo lo que existe de dominio público sobre sus
2.000 días de encarcelamiento son tres páginas de notas en el Sumario de
Evidencias sin Clasificar de la Junta de Estudios Administrativos sobre la vista
celebrada en 2005 –convocada para asesorar si debería aún ser considerado como
“combatiente enemigo”-, a la que, al igual que en el caso de un anterior
tribunal, no asistió.
Lo que puede deducirse de este embrollo de detalles biográficos, afirmaciones
contradictorias y alegaciones insustanciales enmascaradas como evidencias es que
Lagha sirvió en el ejército tunecino cuando era joven, y que entonces,
supuestamente, “robó una barca para entrar ilegalmente en Italia junto con un
egipcio y otro tunecino”, donde utilizó un documento falso de identificación. En
Milán, donde parece que se estableció, se afirmó que se “había asociado con
varios tunecinos” en un centro cultural (lo que es muy sorprendente), y que
“entre las personas a las que frecuentaba en el centro cultural” había “al menos
un individuo que pertenecía a una red terrorista, que aseguraba el apoyo
financiero a grupos terroristas mientras que reclutaba también activamente
voluntarios para los campos de entrenamiento patrocinados por Osama bin Laden en
Afganistán”. Se señalaba también que “frecuentaba a elementos de la
Jamaat-al-Tablighi” (sic). Jammat-al-Tablighi –fundada en la India en la década
de 1920-, una inmensa organización misionera de ámbito mundial con millones de
miembros, se declara no política pero causa preocupación en Occidente debido por
su conservadurismo riguroso, aunque ninguna de las críticas dirigidas hacia ella
se ha cercado a la hipérbole utilizada en Guantánamo, donde, al igual que en las
“pruebas” contra Lagha, es descrita regularmente como una “organización
misionera islámica con sede en Pakistán, que es utilizada como cobertura para
enmascarar viajes y actividades de terroristas, incluidos los de Al-Qaida”.
Siguiendo adelante con las razones de Lagha para abandonar Italia, se alegó
que viajó a Afganistán a comienzos de 2001, donde fue “enviado por el jefe de
una red terrorista para que recibiera entrenamiento militar”, aunque también se
dijo que viajó en abril de 2001 “tras sentirse inspirado para llevar a cabo la
yihad” por un reclutador de una mezquita en Italia, y también se afirmó
que viajó con un compañero que era “miembro de una red terrorista y un
terrorista convicto”. Según la inteligencia militar estadounidense, su
comunicante italiano le puso en contacto con un tunecino en la ciudad oriental
de Jalalabad, quien había dirigido anteriormente el campo de entrenamiento de
Durunta, y este hombre, a su vez, le presentó a otros dos tunecinos, un
“supuesto” miembro del Grupo Islámico Armado Argelino (GIA) y otro conectado con
Hezb-e-Islami Gulbuddin, una milicia afgana dirigida por Gulbuddin Hekmatyar, un
renegado señor de la guerra fuertemente financiado por los estadounidenses en la
década de 1980 y descrito ahora como un terrorista que “dirigía campos de
entrenamiento terroristas en Afganistán” y que “organizaba ataques para obligar
a las tropas estadounidenses a retirarse de Afganistán”.
Capturado en diciembre de 2001, tras cruzar desde Afganistán a Pakistán, se
alegó que, tras su arresto, Lagha “había comentado a otros que venía de las
montañas de Tora Bora”, aunque esto no prueba que estuviera en Tora Bora con los
hombres de Osama bin Laden, y es posible que, como otros innumerables detenidos
(muchos de los cuales están aún en Guantánamo), estuviera atravesando las
montañas camino de Pakistán. El alegato más risible de todos era que “había
visto a miembros de los talibanes en Afganistán”, un hecho que sólo un ciego
podría eludir. La propia explicación de Lagha sobre su presencia en Afganistán
se encontró en una sección de la “evidencia” descrita como “factores que
favorecen la liberación o traslado”, en la cual se señalaba que había declarado
que fue a Afganistán como turista, que pasó el tiempo “pescando y en actividades
recreativas” en Jalalabad y que, una vez empezada la guerra, se fue de
Afganistán. Insistió en que nunca se había entrenado en un campo en Afganistán,
que nunca tomó las armas contra los estadounidenses ni contra nadie, añadiendo
que “pensaba que el sistema de creencias de Al Qaida era extraño y que no eran
buena gente”.
Extraer razones sobre su liberación de la confusa semi-narrativa presentada
por las autoridades estadounidenses es desde luego absolutamente imposible.
¿Estaban sus conocidos realmente entre quienes las autoridades decían que
estaban, o toda la historia revelada no era sino un conjunto de mentiras? ¿Quizá
denunció a sus compañeros para escapar de Guantánamo o las autoridades le
dejaron ir porque concluyeron que habían agotado ya cualquier dato útil para la
inteligencia? Podemos no saberlo nunca. Sin embargo, lo que puede afirmarse con
absoluta certeza es que intentar obtener un destello de verdad a través de una
maraña de insinuaciones es un pobre sustituto, tras cinco años y medio, de un
sistema más antiguo, más rápido y más efectivo: un tribunal con acusaciones
adecuadas, evidencias transparentes, un proceso judicial, abogados de la
defensa, juez y jurado.
Andy Worthington (www.andyworthington.co.uk) es un
historiador británico y autor de “The Guantánamo Files: The Stories of the
774 Detainees in America’s Illegal Prison” (que Pluto Press publicará
en octubre de 2007). Puede contactarse con él en: andy@andyworthington.co.uk
Fuente: http://www.counterpunch.org/worthington06222007.html
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión y Cubadebate.
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